29 marzo 2007

A primera vista


¿La primera impresión es la que cuenta?... En cierto sentido, puede que el Faro de Alejandría, una de las siete maravillas del Mundo Antiguo, siga arrojando aún algo de luz a su manera; al menos, a la hora de tratar de encontrarle a esto una respuesta… Cuenta la leyenda, que cuando el rey mandó construir dicho faro, la gran obra de su civilización, se disputó con el arquitecto el derecho a que fuera su nombre el único que quedara esculpido en la piedra para la eternidad. El rey impuso finalmente su voluntad, pasaron los años, tanto el rey como el arquitecto murieron, el tiempo acabó por desgastar la capa de yeso que el pícaro del arquitecto había utilizado para burlar las intenciones del rey; y allí mismo, bajo la blanda piedra, apareció grabado en roca durísima el nombre del arquitecto… ¿No sé?, puede que todo se reduzca sólo a eso, a querer darle el tiempo necesario a cada cosa, a saber esperar.

Como simples cuadros decorativos, siempre existirán personas capaces de trasmitirnos ese extraño poder de atracción que cautiva nuestra mirada y personas carentes del don de comunicarnos ese misterioso “feeling” por más que insistamos en fijar en ellas nuestra atención. En general, suele bastar un primer contacto visual para formarse una idea preconcebida sobre alguien; basándonos sólo en su apariencia, en sus gestos o expresiones, prejuzgamos y sacamos conclusiones. Es suficiente con apenas diez segundos para dar un vistazo al perfil de la persona y decidir si dejamos que lo acaben pintando todo, o más bien nada, en nuestra vida… Quizás sea esa misma intuición la que impulse también a nuestro subconsciente a querer mostrar el mejor de nuestros “exteriores” ante aquellas situaciones que consideramos de importancia. Es como si el miedo a causar una buena sensación, a mostrar nuestra mejor cara, a tratar de enseñar una imagen casi perfecta de nosotros mismos, formara ya parte de nuestro ser. Él está ahí, ese miedo, nos guste o no, siempre nos acompaña.

Vivimos en un mundo lleno de réplicas, con las que normalmente tendemos a conformarnos. Sólo los buenos entendidos en arte, tienen el poder de saber cómo distinguir un cuadro original entre otros muchos, sólo un completo estudio a fondo puede acabar por desvelar la autenticidad de una obra… ¡Autenticidad!, valor en declive que se suele echar de menos hoy día… Las falsas apariencias son como los cuadros falsos, como los edificios construidos con materiales defectuosos, tarde o temprano se acaban derrumbando ante nuestros ojos… Sólo con el tiempo, tomándonos la molestia de tratar de escarbar bajo el “yeso” de esa persona que se presenta ante nosotros como la “octava” maravilla, ahondando para hacer relucir así su verdadero carácter, ése que siempre permanecerá impreso en piedra a pesar de las posibles envolturas, podremos acabar sabiendo con total seguridad si fue un acierto aventurarlo todo a una primera impresión... ¡Mucha suerte a los exploradores!.

14 marzo 2007

Desde mi altura

Según dictan las leyes de la física, los muelles son simples elementos elásticos que oponen cierta resistencia al movimiento cuando se les aplica una determinada fuerza de compresión; pero que, inmediatamente, tienden a recuperar su forma original una vez deja de ejercerse dicha fuerza sobre ellos... ¡No!, ¡no vayáis a salir corriendo!, no es mi intención ponerme de repente a desempolvar viejas lecciones ya aprendidas en su día; tan sólo, podría decirse que hoy la cosa va de muelles, ¡de muelles y de inoportunas palabras!.

Palabras desafinadas, en determinadas ocasiones imprevistas nos sobran, en ciertos momentos incómodos se las suele echar en falta… Son lo más parecido al juego de la ruleta rusa: valiéndose de ellas, nunca sabe uno bien cuando alguien puede llegar a arruinarte el día… Usadas tanto de forma inocente, como maliciosa, tienen en su mano un inmenso poder: el de llegar a accionar inesperadamente ese pequeño “resorte” que todos guardamos como oculto bajo llave, presionándolo de forma instintiva hasta hacernos empequeñecer al instante, encogiéndonos hasta el punto de hacernos sentir perdidos entre nuestros propios pantalones… A fin de cuentas, lo cierto es que todos tenemos nuestro pequeño “talón de Aquiles”, esa pequeña “mina” dispuesta a explotarnos espontáneamente en la cara en el momento más accidental, más súbito; las palabras, sólo son el detonante.

Curiosa disciplina la física, lástima que el estudio de un determinado tipo de energía, nuestra energía interna personal, se escape al rango de acción de la termodinámica, lástima no poder disponer de un buen par de muelles en el alma cuando ésta se le cae a uno hasta los pies, no nos vendría nada mal cambiar de dinámica cuando ese eco proveniente de nuestro alrededor nos hace sentir inferiores. Desde esa altura, casi diminuta, todo se vislumbra de un modo mucho más adulterado, desfigurado, engañoso, nos acostumbramos a presentir gigantes donde quizás no los haya, falseamos la realidad guiados por nuestros miedos, nuestras inseguridades, sin darnos apenas cuenta de que cuando todo parece estar a punto de aplastarte, solamente tu mismo eres el único capaz de poder vencer esa terrible amenaza... Aunque, a falta de muelles, siempre va bien tener cerca a alguien capaz de liberarnos de esa presión, alguien capaz de darnos ese pequeño “empujoncito” que nos sirva para tomar el impulso necesario cuando las fuerzas flaquean, alguien capaz de soplar con fuerza; porque, a las palabras, de vez en cuando, hay que dejar también que se las lleve el viento.

02 marzo 2007

Mi mundo intermedio

Como en la peor de las pesadillas, en el momento más inesperado, nuestro pasado más oscuro siempre reanuda la búsqueda de su propia eternidad. Desde su aparente inmortalidad, la inmensidad de nuestro mundo se empequeñece hasta la asfixia, cualquier pequeñez se engrandece hasta el extremo, el indeciso amanecer de un futuro incierto siempre pinta nublado ante nuestros ojos. Aunque, no sólo la vista parece ser la única empeñada en querer adulterar nuestra realidad, el resto de nuestros sentidos también parecen estar hechos a medida para atormentarnos. Los tonos más graves se apoderan de nuestra conciencia echando a perder así la musicalidad de lo más simple. Nuestros pequeños fantasmas, escapan sin control entre nuestras manos aunque éstas perciban su ligero roce con su tacto; hasta lo más ingenuo, desprende para nosotros un intenso olor a rancio que lo inunda todo… Desde este lado de nuestro oscuro mundo, pataleamos sin parar, soñamos tan sólo con llegar a acariciar la posibilidad de poder salir de la profundidad del abismo en el que nos vemos inmersos… ¡Suerte que, en ocasiones, aún encontremos encendida esa luz en la ventana para servirnos de guía!.

Como en el mejor de los sueños, siempre resulta grato retroceder en el tiempo para acudir al encuentro de nuestro más preciado baúl de los recuerdos; precisamente, son esos pequeños fragmentos de vida, perennes en nuestra memoria, nuestros más fieles aliados. Esas pequeñas miradas hacia atrás, dulcifican nuestras circunstancias llenando de guiños nuestro escenario diario, se convierten, de forma casual, en las mejores emisarias regalándonos una esperanzadora visión de futuro… Bajo ese paisaje de perfección, el silencio entona una suave melodía, el sonido de nuestros pensamientos no ofrece cabida las distorsiones, el sentido del tacto se percibe de forma similar al toque suave de una mano amiga. Nos sentimos volar, maniobramos con total libertad; aunque, inevitablemente, cuanto más alto volamos, más tendemos a alejar también los pies del suelo, más nos arriesgamos a perdernos en un mundo impecable disfrazado de realidad… ¡Lástima que tendamos a olvidar con tanta facilidad que en la paleta de colores también tiene cabida el negro!.


Y yo me pregunto: ¿Dónde fue a parar nuestro cómodo término rmedio, esa tregua entre los extremos en la que ni todo es blanco ni negro?, ¿por qué una habitación ha de estar ordenada rozando el límite de la perfección, o revuelta hasta el mismísimo caos?, ¿por qué todas las ventanas tienen que estar abiertas de par en par o cerradas hasta sentir ese “clic” que delata su tope máximo?, ¿qué extraña manía nos hace pasar del cielo al infierno y viceversa en tan sólo unos segundos, pensar que todo es frío o calor?... ¿por qué el realismo nunca es moderado y la ensoñación carece de fronteras?... Debe ser que se nos olvida que el color también tiene opción a habitar en nuestras peores pesadillas y la penumbra la posibilidad de amenazar a nuestro mundo de fantasía… No nos sería más fácil admitir que puede existir un armonioso solape entre lo aparentemente malo y lo supuestamente bueno?, ¿por qué hacemos amistad tan fácilmente con las palabras para siempre o nunca jamás?... Voluntaria, o involuntariamente, nos guste, o no, somos residentes en ese confortable mundo intermedio, sólo nos hace falta aprender a percibirlo, querer aceptarlo, no por ello se corre el riesgo de caer en la mediocridad. Nuestra realidad, aunque pueda parecerlo, nunca es absoluta.

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