30 noviembre 2006

Hasta diez

Uno se suele agarrar siempre a las cosas más insignificantes cuando de repente se ve involucrado en una discusión inesperada… Dos son los rostros protagonistas: uno mostrando bruscamente su arranque de furia y el otro esperando impaciente su momento para el estallido… Tres últimas palabras largadas con total crueldad, ¿hace falta decir más?… Cuatro pasos acelerados y un portazo que no deja posibilidad abierta a la reconciliación… Cinco implacables horas que brindan oportunidad a la reflexión... Seis motivos evidentes tuvo al menos para justificar su comportamiento; y ahora, su enfado parecía guiñarle el ojo y jugar astutamente al escondite… Siete centelleos inquietos en su memoria forzándole al arrepentimiento… Ocho lágrimas de desesperanza empeñadas en reescribir cada cachito de ese cuento aparentemente roto entre los dos… Nueve y veinte de la noche, todo el día pensando en ello, ¿a qué vino tanta ira incontrolada?... Diez minutos le bastaron para regresar a casa, sólo abrir la puerta fue suficiente para que se diese cuenta de su grave error, esos inmensos ojos brillantes mirándole sin necesidad de tener que decir nada eran siempre su refugio, esa manera tan peculiar y graciosa de contar sus cosas más cotidianas eran la lumbre que más le reconfortaba; pero desgraciadamente, ya a raíz de una gran colección de malos momentos, su más preciado refugio, la intimidad de esa chimenea encendida en su alma, sencillamente, ¡ya no estaban!...

Fue entonces cuando se sentó en el suelo, respiró hondo, recapacitó… Dadas las circunstancias, tomó su decisión más difícil: siempre había tenido la mala costumbre de contar sólo hasta cuatro; pero, esos duros momentos, le sirvieron en su vida para aprender a obligarse a contar hasta diez… Entendió, con tan sólo un golpe de efecto, que lo más justo no es proyectar hacia nuestras personas más cercanas las razones de nuestras propias frustraciones, de bien poco sirven los golpes en la mesa; lo más justo, en ocasiones, es pagar la rabieta únicamente con el origen real de nuestro propio descontento: ¡nosotros mismos!.


En vuestro caso, podéis contar hasta cuatro o hasta diez, como prefiráis, pero… ¡no por eso dejéis de contarme lo que pensáis!... Como suele decirse, abrid bien los ojos, y... !ahorraréis en enojos!... La vida es demasiado corta para soportar tanto enfado improductivo.

28 noviembre 2006

Los quince minutos de Warhol

“A lo largo de su vida, por muy miserable que esta sea, todo el mundo tiene derecho a sus quince minutos de gloria”... No alcanzo a imaginar dónde tendría puesto el pensamiento Andy Warhol en el momento en que se escapó por su boca semejante comentario; pero, al igual que sucedió con su amplia y excéntrica obra, sus ocurrencias tampoco pasaron desapercibidas ante los ojos de nadie, ambas fueron fiel reflejo de la autenticidad de un hombre al que, incluso hoy todavía, no todos consideran "artista". Aunque claro, como casi siempre suele suceder, todo es cuestión de tendencias…

Hay a quienes la gloria les viene como quien dice de sopetón, sin buscarla, ni tampoco esperarla. Supongo que debe pesar mucho eso de llevar una corona de laureles en la cabeza si el orden de los acontecimientos acaba volviéndote “alérgico” al aura que se desprende de sus hojas; en todo caso, mientras no aparezcan síntomas graves de alergia, ¿acaso importa demasiado?, ¡a disfrutar que son dos días!... Hay quienes nacen para ser merecedores inmerecidos de aplausos, ya se sabe que el ego humano no tiene límites, son buscadores incansables de adulaciones, elogios y falsas muestras de aprecio. Para ellos, esos quince minutos saben a bien poco, necesitan más, ¡sentirse únicos en su especie hasta límites insospechados!... Y hay quienes tienden a no esperar demasiado de la incertidumbre de todo aquello que aún está por venir y se empeñan en auto-repetirse hasta el cansancio extremo: ¡la felicidad está hecha de minutos bien vividos!.

En el fondo, debe ser cierto, todo es cuestión de tendencias…

¿Han llegado ya vuestros 15 minutos de gloria?... En mi caso, todavía se me resisten; aunque, ¿quién sabe?, ¡es increíble la velocidad con la que ocurren siempre las cosas más insospechadas!... De todos modos, espero que mi acogedor anonimato siga eternamente ganando la batalla en este curioso juego; a fin de cuentas, ¡cambio mis posibles quince minutos de gloria, por mis seguros quince minutos de estar en la gloria!… No es necesario nada más que arañar algo de tiempo al tiempo para poder dedicar unos instantes a aquello que más te reconforta, esos minutos son siempre los que acabarán por marcar la diferencia; son los que, en un momento dado, tendrán el don de poder convertir un momento de tristeza en un pequeño soplo de dicha.


Mis últimos 15 minutos de estar en la gloria fueron el domingo por la mañana, en la cima de un poblado ibero en las inmediaciones de Barcelona… Es una sensación muy agradable poder sentarse allí arriba y observar toda la ciudad a tus pies con la inmensidad del mar como fondo; está comprobado, a veces no es necesario subirse a las nubes para poder sentirse en el cielo… ;-)

24 noviembre 2006

Igual que en un escenario

Ya desde su más tierna infancia le inquietaban las personas a su alrededor, menguaba aún más su tamaño en compañía de desconocidos, su carácter tímido y huidizo marcaba cada uno de sus pequeños pasos. La aventura de su juventud no fue muy distinta, le seguía angustiando enormemente la opinión de los demás, fue entonces cuando su propia inseguridad le condujo a cometer errores sin retorno, se limitó a seguir siempre las aguas del río en lugar de ir contracorriente, tal y como su corazón le insinuaba, su temor a aprender a nadar en soledad era mucho más fuerte, mucho más poderoso. Siguió creciendo en la continua búsqueda de la aprobación ajena, el criterio favorable de terceras personas le trasmitía una extraña calma, serenidad y equilibrio, siguió acunando sus pensamientos más internos a fin de mantenerlos adormecidos, en silencio. En todo momento, aprendió a llevar máscara a fin de aparentar ser lo que se esperaba de su personaje inventado, su vida tenía sentido tan sólo en esa ficción concebida a base de fantasías. Pero, no se puede vivir siempre atento a las miradas ajenas... Escuchar continuamente las voces de sus mil y un fantasmas interiores le hizo perder la perspectiva, quebró su capacidad de enfoque y comenzó a ver borrosa su propia realidad; de tanto vivir a expensas del eco de un qué dirán, se quedó sin su botón de volumen, sin nada que decir, tan sólo pudo seguir con su vida ya trazada de personaje ficticio…

Ya lo cantaba la Lupe… Teatro, la vida es puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro… Es difícil ir por la vida sin máscara, a veces son hasta necesarias para evitar ser lastimados; pero, hay quienes hacen de ella su “verdadero” rostro… Incluso cuando se cierra el telón y es hora de quitarse las caretas, siguen con ellas puestas como si ya hubiesen hecho de una vida de mentiras su gran verdad... Aunque, ¿para qué conformarse con ser un actor secundario de tu propia vida si puedes interpretar mejor que nadie el papel protagonista?. No existen guiones preconcebidos, el mejor camino para no perderse es empezar a “ser”: pensando, sintiendo, eligiendo, decidiendo por si mismo… No hay aplauso comparable al de tu propia ovación interna, no hay mejor caja de resonancia que esa… Limítate a ser tú, y… ¡que ruede el mundo!.


¡Por fin viernes!... Como digo siempre, aprovecharos de este par de días libres que nos presta nuestra simpática semana… ¡Nos vemos el lunes!... Como siempre, ¡sin caretas!... ;-)

21 noviembre 2006

Etiquetas

La escritura de un niño siempre da sus primeros pasos valiéndose de los garabatos, una muy curiosa mezcla entre simples trazos inseguros, letras emborronadas, aplicadas líneas y laboriosos palotes aderezados con mucha decisión... A ciertas edades, no existe el miedo a equivocarse, comenzamos a entender que las palabras simbolizan todo aquello que consideramos real, experimentamos con ellas con la única aspiración de poder llegar a representar en un papel lo más esencial, lo más sencillo. Si hay algo que captura siempre nuestra atención, es ver como estas personitas de pensamiento inquieto se vuelven capaces de hacer germinar sus primeras palabras escritas. Con total naturalidad, van juntando letra a letra, guiados tan sólo por la confianza que depositan en el adulto que, en ese momento, permanece a su lado guiándolos con expectación en esa nueva aventura. Son felices tan sólo con ver completas cada una de las palabras que encadenan; se conforman con eso, con experimentar la sensación de escribirlas, sin buscarles más significado que el de la propia satisfacción que les produce la novedad del hecho en sí.

Sucede que a veces las cosas más simples no lo son tanto, conforme crecemos, conforme aprendemos a escribir cada vez mejor, cometemos menos faltas a la vez que más errores. Perdemos esa espontaneidad que nos caracteriza, esa total claridad de ideas; tanto es así, que nuestro subconsciente parece necesitar poner nombre a todo aquello que nos rodea con objeto de tener así un punto de referencia en el que apoyarse bajo cualquier circunstancia. Es como si nos resultara más fácil caminar por la vida con un rotulador invisible permanente en las manos, garabateando en nuestro interior con tinta indeleble todo aquello que querríamos que tuviera auténtico significado para nosotros, sin dejar nunca el camino libre a las medias tintas. Parece ser que las personas no nos cansamos, ni nos cansaremos nunca de etiquetarlo todo, ¡tenemos esa extraña tendencia!.

Claro que es mucho más fácil funcionar con estos esquemas mentales en la cabeza, ellos nos dan siempre apariencia de seguridad, tienen por misión simplificárnoslo todo. Aunque, no siempre nos es posible resumir ciertas cosas a la mínima expresión. Es bien sencillo poner nombre a lo que percibimos con nuestros cinco sentidos; pero, ¿qué hay del sexto?, ¿qué hay de todo aquello que forma parte del terreno de la intuición, de nuestros estados de ánimo, de todas aquellas sensaciones que experimentamos cotidianamente?... Tratándose de sentimientos, la complejidad siempre se dispara hasta el infinito y más allá, hay situaciones que se empeñan en permanecer libres de etiquetas por más que nos pese y nos empeñemos en lo contrario. Ante el sentimiento por excelencia, el amor, nos comportamos siempre guiados por una extraña prudencia imprudente; lo tuteamos como si fuese veneno, guardándolo en pequeños frascos en los que hacemos destacar ante todo ese vistoso “etiquetado” en el cual destaca, por encima de todo, su nombre, como haciendo alusión clara a su grado de peligro.

¿A qué viene esa extraña necesidad de etiquetarlo todo, incluso la profundidad de un sentimiento?, ¿no tiene eso también un nombre?, ¿no solemos llamarlo debilidad?... Quizás venga motivado por nuestro más profundo interés, por una sana esperanza de tratar de hacer que permanezca intacto, protegido y seguro el mayor tiempo posible; o puede que, quizás, tan sólo nos venza un oculto sinsabor de autoprotección, el hecho de tratar de curarnos en salud. De todos es sabido que, si un veneno tiene nombre, siempre es mucho más fácil encontrarle un antídoto si la fatalidad obliga. Lo que nadie puede negar, es que la mayoría de las veces, damos tanta importancia a definir el contenido del frasco, ponemos tanta intensidad en el etiquetado de los sentimientos, que nos solemos olvidar siempre de lo principal: ¡de sentirlos!.

Para ser políticamente correcto hay que etiquetar, etiquetemos pues… Olvidémonos de la complejidad de un estado emocional, apresurémonos a ponerles un sello dentro de una categoría, equivoquémonos poniendo una inscripción precipitada que después no corresponda con su realidad; yo, aunque sólo sea nada más que por llevar la contraria a todo el mundo, remarcaré en mi memoria esta frase de la que desconozco el autor: “uno es, esencialmente, de lo que se alimenta el alma y vive de lo que se alimenta el cuerpo"…

La otra noche, por un instante, verle escribir sus primeras palabras me hizo rebuscar entre mis pensamientos más lejanos; sin esperar que así fuera, descubrí que en mi memoria todavía sobrevive un ligero recuerdo de la sensación que me producía escribir torpemente en un papel mi nombre completo. Él tiene una muy buena maestra en su madre, espero que ella también lo vea a él como su pequeño maestro: todo es mucho más fácil cuando uno se lanza a experimentar tan sólo por el hecho de aprender algo nuevo. Si después te equivocas... ¡borrón y cuenta nueva!. Lo importante es que la hoja esté en blanco; después, escribir en ella, depende tan sólo de uno mismo. No estaría de más que, a veces, nos hiciéramos todos un poco más pequeñitos... !haz de su naturalidad, de su ilusión y de su espontaneidad el mejor de tus masters!. Siente las cosas con su misma intensidad.


Muchas gracias a todos por vuestras felicitaciones de cumpleaños... El mejor de los regalos que he tenido ha sido poder disfrutar de un fin de semana de casi cinco días, !ojalá fuera siempre así!. Guardarme un sitito en vuestros blogs que en nada prometo haceros la visita. ;-)

17 noviembre 2006

Una vuelta más al sol!


Hay quienes después de soplar las velas tienen por costumbre dedicar unas palabras de agradecimiento a sus invitados; yo, en estos casos, me limito a avalanzarme inmediatamente sobre mi trozo de pastel y a disfrutar con todos mis sentidos del sabor del momento... Las palabras, prefiero guardármelas en colección "ocultas" en este pequeño blog... Gracias a todos los que ya me habeis felicitado, !os guardaré de postre el mejor de los trozos de mi pastel!... Pediré como deseo no quemarme el flequillo cuando sople las taitantas velitas... !Buen fin de semana!... !Nos vemos el lunes!.

15 noviembre 2006

¿Las piedras sienten?

Hace tan sólo unas horas, como quien no quiere la cosa, me encontré conmigo misma viajando unos cuantos años atrás entre mis recuerdos. De repente, me reconocí sentada en aquel vagón de metro, era un día como cualquier otro, fue una tarde cualquiera. Ni teniéndolo a la vista podría alcanzar a distinguirlo entro los demás ahora mismo; más bien, en aquel momento, sólo me percaté de su aspecto desaliñado y de su extraña actitud... Refrescando mi memoria, sé que él entró y se sentó al otro lado del pasillo, se quedó mirando por unos minutos fijamente a la señora que tenía enfrente; y, sin mediar más palabras, le preguntó con un tono de voz sosegado, a la par que “altamente” perceptible por todos: ¿Las piedras sienten?... En aquel preciso instante, imaginároslo, la cara de incomodidad de la mujer fue todo un poema, las risas calladas de los demás pasajeros todo un murmullo, las miradas hablaban por si solas; y el hombre, al no sentirse correspondido con una respuesta acorde a su pregunta, se limitó a perder su mirada a través del cristal de la ventana sumido en sus pensamientos más profundos.

No deja de ser curiosa la manera en la que determinadas situaciones consiguen quedarse grabadas en nuestro recuerdo como si de una talla a cincel en la mismísima piedra se tratara; permanecen ahí, imborrables, esperando el momento más ocurrente para volver a visitarnos. Aquel día, no di importancia alguna a aquellas palabras, me limité a sonreír como casi todos los presentes; pero hoy, fuera de plazo como quien dice, y sin saber aún muy bien por qué, aquella anécdota me ha dado que pensar: ¿por qué a las personas que aparentemente son insensibles y frías se les suele decir que son duros como piedras?, ¿quién no ha querido alguna que otra vez asemejarse a una piedra para dejar de sufrir?.

La dureza es un sustantivo abstracto muy relativo. Es cierto que las piedras carecen de sentimientos tal y como nosotros los interpretamos; pero, eso no quiere decir que no sientan. De hecho, las piedras no son ajenas a los golpes, sufren las heridas externas del mismo modo que las personas: en ocasiones, erosionándolas hasta conseguir un desgaste irreparable, dejando tras de sí tan sólo el sedimento de lo que un día sí alcanzaron a ser; y en otras ocasiones, dándoles forma, imprimiéndoles carácter y sacando de ellas su lado más oculto. Al igual que nosotros, son pura química, capaces de llorar en una noche fría, temperamentales hasta el punto de acabar soltando chispas cuando se enfrentan fuertemente entre ellas.

¿Qué es una escultura?. Dependiendo de quién la mire, una simple piedra o una piedra llena de sentimiento. Miguel Ángel aseguraba que su David permanecía dentro de aquel inmenso bloque de mármol antes de que él lo tallara, que su único mérito había sido quitar la piedra que sobraba, que lo aprisionaba hasta el punto de no dejarlo salir... Por otro lado, ya en la antigua Edad Media, los alquimistas profundizaron en la vida que encerraban las piedras y en su inmenso poder curativo; a su vez, en el más moderno arte paisajista, una dura rocalla puede llegar a ser el alma de un exquisito jardín... ¿Qué es entonces la dureza?... A veces, la persona aparentemente menos juiciosa es la más incomprendida gracias a la ocurrente imprudencia de su mente lógica... Volviendo la vista atrás, aquel viajero, al igual que las piedras, se limitó a estar presente y en silencio; sin exteriorizar sus sentimientos, guardó para sí mismo los golpes que le pudieron producir todas aquellas “piedrecitas” que le lanzaron desde el exterior en forma de carcajada… ¿Cuántas veces, no nos percatamos del daño que podemos producir en los demás?, ¿cuantas veces creemos ser los únicos seres vivos que sentimos…?.


La alegría es la piedra filosofal que todo lo convierte en oro (Benjamín Franklin)... Así que, por si acaso, !nunca está de más hacerse cosquillas!.


13 noviembre 2006

El tiempo en tus manos

¿Cuántas veces habéis escuchado decir con impaciencia “con 24 horas al día no tengo suficiente”?, ¿cuántas veces esa misma impaciencia ha hecho que se os escapen de la boca estas palabras “que ganas tengo de que por fin llegue ya la hora”?… El tiempo es un bromista empedernido, disfruta a lo grande burlándose de nosotros, llevándonos siempre la contraria: cuanto más imprescindible se vuelve y más falta nos hace, más rápidamente parece que se nos escapa; y cuanto más acelerado queremos que pase, menos prisa tiene él por hacerlo… En este curioso pasatiempo, nuestro “contrincante” se deleita regocijándose constantemente con su propia travesura: si nos falta tiempo entonces hace que de inmediato nos sobren prisas; si nos sobra tiempo, llama a gritos al aburrimiento para que haga urgente acto de presencia... Cuanto antes nos mentalicemos mejor, él es quien lleva la voz de cantante solista, él es quien marca el ritmo. De nada nos servirán las tretas o artimañas; al final, es sólo cuestión de tiempo, ¡es él siempre el que gana!.

Curioso y caprichoso contrincante; más aún, cuando paralelamente también es nuestro mejor pedagogo, el acompañante más fiel, ese aliado al que siempre acabamos agarrándonos con fuerza; de no ser así, entonces: ¿por qué la mejor de nuestras excusas cuando no queremos hacer algo siempre suena a un escueto: “¡Ahora no tengo tiempo!”?, ¿por qué el mejor de los consuelos suele ir escoltado por un sumiso: “el tiempo todo lo cura”?, ¿por qué la venganza más dulce nos ensordece con un breve: “el tiempo acaba poniéndonos a cada cual en su sitio”, ¿por qué la solución a una pregunta sin aparente respuesta siempre tintinea apuntando: “con el tiempo lo sabremos”?, ¿por qué una de las replicas más recurrentes que se nos suele hacer es: “no pierdas más el tiempo”?… Podría pasar tiempo y tiempo preguntándome cosas; pero, al final, llegaría siempre a la misma conclusión… ¡Todo es cuestión de tiempo!.

Lo que es indiscutible es que el tiempo es fugaz como un suspiro, no se encuentra a la venta ni siquiera por "ebay". Así que, mejor empezar a mirar cuanto antes más allá de las agendas, buscar un espacio obligado en ellas para dejar "huequito" a las cosas más esenciales. Encontrar tiempo para tener tiempo sería un buen principio; ya que, es precisamente en esas horas libres, cuando el “nada que hacer” se convierte en lo mejor que podríamos estar haciendo, cuando curiosamente procesamos mejor y más a conciencia nuestro propio tiempo.


Ahora que caigo, hablar de darse el lujo de tener tiempo libre un lunes es algo difícil de entender… ¿será que mis neuronas se mueven aún algo despacio después del fin de semana?... En fin, le preguntaré al tiempo si le da permiso al viernes para venir cuanto antes… Igual, pidiéndoselo por favor, ¿quién sabe?.


11 noviembre 2006

Si no quieres ser como ellos... Lee

Parece mentira, me da la sensación de que fue ayer; sin embargo, ¡hace ya veinte años de aquellos sábados por la mañana!... Si me preguntaran que es lo que mejor recuerdo de aquellos momentos, probablemente contestaría con cara de alegría: El no tener que madrugar para ir a clase, el chocolate calentito con churros que me comía en pijama delante de la televisión, y las extravagantes ocurrencias de la ya mítica bruja avería; y es que: ¿qué persona de mi generación es incapaz de acordarse de aquel programa: “la bola de cristal”?... ¿quién no recuerda ya algunos de sus lemas: “tienes quince segundos para imaginar… si no se te ha ocurrido nada a lo mejor deberías ver menos la tele”?... Gracias a aquellos sábados por la mañana, aprendí a valorar casi sin darme cuenta el humor surrealista y absurdo, lo que ahora suele llamarse “humor inteligente”. Aunque, por encima de todo, podría decirse que sin apenas apreciarlo, aprendí a dejar volar mi mente dando rienda suelta a la imaginación.

Me acuerdo con especial cariño de una de sus frases más sonadas: “Si no quieres ser como ellos, lee”; la cual, venía siempre acompañada de un rebaño de ovejas como imagen de fondo, ¡eso si eran mensajes subliminales directos al cerebro de un montón de adolescentes en fase cero!... ¿Se puede ser más clarito a la par de efectivo?...

Aunque, puestos a lanzar preguntas al aire, aquí dejo ésta: ¿Qué son para ti los libros?: ¿El modo más eficaz de aumentar progresivamente tus dioptrias?, ¿un montón de hojas encuadernadas con el único fin de adornar una estantería solitaria?, ¿una manera como cualquier otra de contraer el tiempo en el metro o el autobús?, ¿un misterio encerrado con ganas de ser desvelado con el paso de cada hoja?... Dicen que la lectura entra por la costumbre; y que cuando su veneno te invade, entonces es cuando el hábito adquirido hace que la obligación se convierta en un verdadero placer… Un placer en el que otros muchos sólo alcanzan a ver un objeto aburrido, forrado de azul, con pocas ilustraciones y muchas palabras hablándonos de cosas que realmente no nos interesan… Me llama mucho la atención, en esto de la lectura parece no haber términos medios, parece ser que siempre puede aplicarse a la perfección aquella frase tan tajante de: ¿o conmigo, o... sin mí?.

Yo lo único que he podido comprobar, es que todo áquel que adquiere el gusto por la lectura ya no lo abandona jamás. Ante todo, el buen lector es un ladrón de tiempo, siempre encuentra un momento para robar instantes perdidos que le permitan deslizarse por un libro que motive su curiosidad… ¿por qué no redescubrir el pequeño placer de leer?, perdamos la pereza que nos da sumergirnos en esos misteriosos objetos rellenos de letras con sentido. Olvidémonos momentáneamente de utilizar esa frase tan usada de: “uffff, quinientas mil páginas, !ni loco!... ¿Quién sabe?, igual al final de la aventura, adentrarse en un terreno para nosotros aún por explorar, !puede que hasta nos guste!. Es fácil, sólo hay que encontrar el tipo de lectura que más nos motive.


Si yo fuera un marca-páginas, me gustaría habitar entre las hojas de… Mmmm, difícil respuesta… Aunque, hay uno en especial, que además de pintarme por momentos la sonrisa, me resultó especialmente enternecedor: “La sonrisa etrusca”… ¡Os lo recomiendo!... Y ahora que me pilláis ya con la sonrisilla puesta, pues… ¡Muy feliz fin de semana!... ¡Nos vemos el lunes!.

08 noviembre 2006

A quien corresponda...

En este mundo superficial en el que nos ha tocado en “suerte” vivir, ya hasta incluso el conocimiento llega a ser algo meramente superficial en el más amplio sentido de la palabra. Puede que la metralla incesante de información sin formación; o peor aún, de la deformación de la información en algunos medios de comunicación, sea la responsable de que por lo visto gustemos cada vez más de lo fácil, lo rápido y lo trivial... Parece ser que la indiferencia está ganando de lejos la partida a la reflexión; aunque, no deja de ser lógico y normal, para liberarnos un poco de la presión de esta vida acelerada, de las tensiones y de nuestros temores, parece ser que las personas acaban refugiándose en posturas puramente materialistas, egoístas, haciendo un poco la vista gorda a todo aquello que les está de más.

Empezamos a estar ya demasiado acostumbrados a no buscar la profundidad de las pequeñas cosas, a pasar por alto demasiado y cada vez con más frecuencia. Si es verdad que el saber no ocupa lugar, entonces: ¿por qué cada vez hay más gente que se pasa de lista y cada vez hay menos gente preocupada por luchar en contra de su propia ignorancia?. Es posible que se nos crucen a diario tantas cosas que nos obligan a pensar en contra de nuestra voluntad; que cuando nos sobra tiempo para poder hacerlo libremente, quizás, sólo quizás, ya no nos queden ganas de darle más vueltas al coco… Por todos lados, estamos rodeados de patrones de comportamiento que lo confirman; aunque, ahora que acabo de volver de mis mini-vacaciones, y aunque quede feo hacerlo, señalaré con mi dedo una actitud de la que seguro, alguna que otra vez, muchos de nosotros hemos pecado.

En cuanto nos surge la mínima oportunidad, echamos a volar por el mundo nuestra alma más viajera; sin ser conscientes de que, desgraciadamente, lo de ser “viajeros” se nos queda grande, ¡sólo nos está permitido llegar a ser turistas ocasionales!. Puede sonar incoherente, pero: ¿cuántas personas dan más importancia a viajar a cuantas más ciudades distintas mejor, cuanto más lejanas entre sí mucho mejor, que a recorrer todo aquello que, en teoría, deberían conocer mejor que la palma de su mano?. Tenemos demasiadas aspiraciones de llegar a conocer el mundo, pero somos los más grandes desconocedores de nuestras propias ciudades de origen. Somos capaces de desplazarnos miles de kilómetros con el único fin de llegar a un destino, aún a sabiendas de que allí solo podremos llegar a conocer algunos de sus lugares o monumentos más representativos; y después, somos incapaces de cruzar dos calles para visitar como quien dice uno de nuestros museos. ¿Alguna vez habéis hecho turismo por vuestra propia ciudad?, espero que sí; porque, aunque no lo parezca, es algo que puede llegar incluso a sorprenderos.

Callejeando por el casco antiguo de Valencia a uno le suelen pasar desapercibidas demasiadas cosas; pero, una vez tienes tiempo para adentrarte en esas pequeñas historias que toda ciudad esconde, pasear se convierte en mucho más que un simple verbo. En una pequeña callecita venida a menos del casco viejo de mi ciudad, justo en la casa donde reposa el conocido "portal de la Valldigna", fue donde se editó el primer libro “impreso” en toda España. Cada vez que paseo por allí me quedo con un extraño sabor agridulce de sensaciones; según mi punto de vista, lo que hace que una ciudad tenga personalidad propia es principalmente su historia y su geografía, todo lo demás es puramente artificial y se puede conseguir haciendo uso del poderoso señor Don Dinero… A quién corresponda: ¡sería un rincón precioso si estuviera mucho mejor conservado!. Los alrededores de este portal son también una joya única, confío en que algún día el ayuntamiento rehabilite toda esa zona y lo trate en función del valor histórico que realmente tiene, es una verdadera pena ver como sobreviven en mi ciudad los restos de nuestra muralla árabe. Aunque, ya se sabe, a veces los políticos no tienen orejas suficientes para escuchar la queja de todo un barrio. Lugares como este no deberían caer nunca en el olvido, no hay que correr el riesgo de que algún día dejen de existir y acaben siendo tan sólo un lejano recuerdo en nuestra memoria.


Hay que ver lo juguetona que se pone a veces esta cosa caprichosa que tengo justo encima de los hombros… Hoy me senté delante de este teclado con la única intención de hablar sobre libros; pero, como suele pasarme muchas veces, una idea me lleva a otra y al final… ¡mis dedos acaban entretejiendo otro tipo de tema bien distinto!... En fin, otro día hilvanaré mejor la trama desde un principio, espero que en la próxima ocasión mi cabecita loca si me dé permiso para hablar sobre los libros sin obligarme a vender para ello la enciclopedia entera… En todo caso, ¡ella siempre es la que tiene el mando!... ¡FÉLIZ MIÉRCOLES!.


04 noviembre 2006

02 noviembre 2006

¿Búho o alondra?

Cada persona tiene su propio biorritmo, su metrónomo particular marcándole el compás a seguir... ¿Eres búho o alondra?... ¿tienes tu momento de máximo rendimiento a altas horas de la noche, o eres de los que están más lúcidos y son más eficientes a primera hora de la mañana?... En mi caso, es algo que viene de lejos, desde que no levantaba ni siquiera ni un palmo del suelo ya se veía venir que yo iba encaminada a ser ave nocturna. Por más que lo intento no puedo evitarlo, haga lo que haga al cabo del día, a partir de las doce de la noche: ¡los ojos inevitablemente se me abren como platos!. No sé que extraño hechizo me trasmite la hora bruja, sólo sé que mientras el mundo se duerme alrededor mío mi creatividad se despierta.

Las mejores horas del día empiezan cuando las luces de afuera están ya encendidas, cuando no tienes nada más que hacer que lo que tengas que hacer en ese preciso momento. La tranquilidad de la noche siempre me ofrece la falsa sensación de que el tiempo ya no corre, sino que se limita a pasear lentamente a nuestro lado; a veces, incluso llegando a parecer que esté en nuestras manos. El silencio también colabora aumentando mi concentración al máximo exponente; si quiero escribir, tan sólo tengo que poner mis manos en el teclado y darles un pequeño empujoncito. A ciertas horas de la madrugada, siempre que el sueño se vuelva tu aliado, todo es mucho más sencillo: la radio se hace mucho más compañera y amiga que de costumbre, las buenas películas se saborean desde otra perspectiva al acaparar completamente nuestra atención sin interrupciones, sin teléfonos, sin vecinas del quinto tocando a tu puerta… Incluso el café puede traer consigo extraños recuerdos agridulces de mi época en la universidad; con cada sorbo, si yo quisiera, podría llegar a transportarme mentalmente a mi pasado más o menos reciente.

Lo reconozco, siempre me ha costado madrugar, por algo era siempre la última en llegar por la mañana al colegio para desesperación de mi madre. Eso de: “pongo la cabeza en la almohada y me duermo” nunca ha ido conmigo, lo de: “pon la mente en blanco”… Mmmmm… ¿cómo se hace?... Desde pequeña ya apuntaba maneras, me metía en la cama siempre con la mente activa, imaginando historias; la mayoría de las veces, incluso hacia desesperar a mi pobre hermana al obligarla continuamente a darme conversación. Ahora tampoco es que la cosa haya cambiado demasiado, me sigue costando un mundo quedarme dormida: cuando no pienso en el día pasado, me da por imaginar lo que puedo hacer en el día venidero; después, cincuenta vueltas en la cama, y… ¡vuelta a empezar!... ¿por qué nací con los horarios cambiados?... ¿por qué cuando oscurece, aunque lleve cuatro días seguidos apenas sin dormir, algo en mi interior hace que no pueda desactivar mi piloto automático?... Lástima que el mundo no se haya inventado para los búhos, es complicado tener que adaptarse a vivir entre alondras; al final, por mera supervivencia, tendré que acabar transformándome en una de ellas. Con el paso de los años, ¿quién sabe?, ¡igual hasta lo consigo!. A fin de cuentas, dicen que es cuestión de habituarse, ¡el cuerpo se adapta a todo!.


Cuenta la leyenda que un encuentro casual con un búho siempre es señal de buen augurio; de hecho, aseguran que es un pronóstico de suerte en casi todos los terrenos. No cabe duda de que los búhos son criaturas curiosas, ¡por algo dicen que son las aves de la intuición!... Yo no sé si creer mucho en las leyendas, sólo sé que leyendo, leyendo... mi "intuición" me dice que mi amiga del otro lado del charco: J.C., debe estar contenta al verme asomar por aquí después de dos días de ausencia; así que, de paso que le deseo toda la suerte del mundo, le dedico este post con todo mi cariño: ¡Va por ti, y… por tu precioso gato!.
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