15 febrero 2007

Man sana in corpore sano

Para colmo de males, no hay nada como sentarse en la inofensiva sala de espera de un médico de la seguridad social para que algún espíritu parlanchín se encapriche contigo y decida hacerte partícipe de sus muchas dolencias y numerosísimos achaques… Para aquellos momentos en los que preferirías poder evitar tal situación, solo cabe una alternativa, huir a toda prisa hacia el primer folleto informativo que se encuentre al alcance de la vista y leerlo como si en él se escondiera la respuesta a la pregunta del millón... ¿Quién me iba a decir que aquel impreso sobre alimentación y vida sana acabaría perdiéndome en un mar de pensamientos?...

El refranero, que es muy sabio, ya lo asegura: “an apple a day keeps the doctor away”; lo que viene a significar algo parecido a: “una manzana al día del médico te libraría”… Por lo visto, al icono del pecado se le atribuyen un sin fin de propiedades curativas: su poder astringente, diurético, depurativo, anticatarral y antienvejecimiento hacen de ella una fruta simbólica… ¡Vamos!, que aquello de “estoy más sana que una manzana” no es sólo cuestión de rima...

Su fama ya la precede desde bien atrás en la historia: ¿quién no ha oído hablar del mítico jardín de las Hespérides?, aquel mágico lugar repleto de árboles cargados de manzanas de oro capaces de otorgar a sus poseedores la vida eterna... ¿o de la manzana de la discordia?, aquella que sembró la semilla del mal y sirvió como detonante haciendo que ardiera Troya… ¡Vaya con la viva imagen bíblica de la tentación!, ¡con lo bien que viviríamos ahora todos si al membrillo de Adán le hubiera dado el antojo de comerse otra cosa!... Que se lo digan si no al bueno de Guillermo Tell, iba un día tan tranquilo paseando por el pueblo, cuando de repente… ¡zassss!, se vio obligado a disparar una flecha sobre una manzana colocada premeditadamente sobre la cabeza de su hijo, ¡menos mal que por aquel entonces todavía no se había inventado la sidra!... Por cierto, ¿no me habré olvidado de llamar ya membrillo al bueno de Adán, verdad?...

La vida de Newton también es rica en anécdotas, dicen que fue tras una buena siesta debajo de un manzano, después de un buen atracón de mermelada, de manzana !como no!, cuando la ley de la gravitación universal vio la luz por primera vez; muchos años después, Carl Sagan llegaba aún más lejos diciendo: “para hacer una tarta de manzana, primero tienes que crear todo un universo”… Aunque, para universo, el literario: ¿Qué hubiera sido de la famosa expedición a la isla del tesoro sin aquel momento de tensión en el que el protagonista se escondía del infame capitán en el interior de un barril de manzanas?... Neruda no iba a ser menos, ¡por algo le haría la Oda!… Aunque, para manzana famosa la de Blancanieves, ¡auténtico pecato di cardinale!... Y para gran mordisco, el de la empresa Apple en el mercado de la informática, ¡lideres en el mismo corazón de la gran manzana de Nueva York!... Quién le iba a decir a Turing, pionero de la Inteligencia Artificial y pieza clave para que los aliados ganaran la segunda guerra mundial tras descifrar el código secreto nazi generado por la máquina Enigma, que sería precisamente una manzana envenenada con cianuro potásico la que acabaría poniendo fin a su vida… Hoy día, existe la creencia de que el símbolo de la marca de ordenadores Apple, una manzana mordida, le rinde homenaje... Curioso mundo el que se puede llegar a esconder tras una triste manzana, ... ¡Todo un enigma!.


Moraleja: “Si tú tienes una manzana y yo tengo una manzana y las intercambiamos, entonces ambos aún tendremos una manzana. Pero, si tú tienes una idea y yo tengo una idea y las intercambiamos, entonces ambos tendremos dos ideas” (Bernard Shaw)… Yo ya he intercambiado mi pensamiento, ¿intercambiáis vosotros lo que pensáis conmigo?... La pregunta es bien sencilla: ¿el pecado es comerse la manzana, o comérsela para tirar después su corazón?... En fin, por si no nos vemos antes, !Feliz fin de semana a todos!.


09 febrero 2007

Alcanzar lo inalcanzable

¿Alguna vez llegasteis a creer que todo era posible, que ya faltaba muy poco; cuando en realidad, tan sólo vivíais inmersos en la utopía de vuestro propio mundo imaginario?, ¿alguna vez os invadió la fe “ciega” hasta el punto de haceros confiar en que las montañas podrían llegar a moverse a vuestro antojo?, ¿alguna vez os sentisteis tan fuertes que incluso os ensimismabais pensando que nada, ni nadie, podría interferir en vuestros planes para acabar haciéndolos pedacitos?, ¿alguna vez, desafiantes, confiabais en la victoria a pesar de esa nube amenazante en medio de la tormenta?, ¿alguna vez, al tratar de atravesar esa barrera infranqueable que os separaba de vuestra anhelada quimera, todo se desvaneció transformándose ante vuestros ojos en un vulgar espejismo?. Alguna vez…

¿Alguna vez habéis querido atrapar lo inalcanzable?... Si, seguro que si, ¡es algo que alguna vez nos ha pasado a todos!... Extraño sentimiento, extraño cóctel de esperanza, ilusión, rebeldía, frustración, abatimiento, desolación e impotencia… ¡Extraño sueño errante!... Si de alguna forma tuviera que visualizarlo, diría que debe ser lo más parecido posible a querer apoderarse de la sencillez de una humilde amapola. ¡Difícil aspiración!: ¿acaso hay algo más frágil que los pétalos de una amapola cautiva entre las manos?, con tan sólo un contacto fugaz e inoportuno basta para destruir toda su “peligrosa inocencia”… Flor frágil en apariencia, pero capaz de resistir erguida el más intempestivo de los vientos contrarios… Flor vivaz, de llamativa presencia, pero que puede caer rendida ante la ligereza de un leve instante… Flor endeble, pero capaz de esconder en su interior toda la pureza del opio… Según el lenguaje de las flores: Consuelo; según mi propio lenguaje: Amor imposible…

Amor imposible, momentos imperecederos que no se llevará el viento, imagen de algo que sólo podemos llegar a abrazar en la distancia, droga que no nos dejará ver más allá de nuestro propia pesadilla, de nuestra propia debilidad… Algunas cosas, y algunas personas, son así: Sólo queda aprender a “disfrutar” de la dicha de contemplarlas sabiendo que nuestro deseo de posesión deberá ser sacrificado… Extraña pero estrecha relación: La amapola es como la libertad, si la cortas, muere; al amor, hay que dejarlo en libertad, si vuelve a ti es tuyo, si no vuelve… ¡es que nunca lo fue!.

Sin duda, la frase de Ortega y Gasset: “yo soy yo y mis circunstancias”, lo resume todo… ¿Alcanzar lo inalcanzable?... Si, ¡puede que si!... ¡ Quizás sea posible!... Que se lo pregunten si no ahora al Calígula de Camus, ¿quién iba a decirle a él que, en otra época que no era la suya, la luna si estaría mucho más al alcance de todos?...

"Calígula: Es cierto. Pero antes no lo sabía. Ahora lo sé. (Continúa con naturalidad). El mundo, tal como está hecho, no es soportable. Por eso necesito la luna o la felicidad, o la inmortalidad, algo descabellado quizá, pero que no sea de este mundo.

Helicón: Es un razonamiento que se tiene de pie. Pero en general no es posible sostenerlo hasta el fin.

Calígula: Tú de eso no sabes nada. Si las cosas no se consiguen es porque nunca se las persigue hasta el fin. Pero quizá baste con permanecer lógico hasta el fin. (Mira a Helicón). También sé lo que estás pensando. ¡Cuántas complicaciones por la muerte de una mujer!. Pero no es eso. (...) Esa muerte no significa nada, te lo juro; sólo es la señal de una verdad que me hace necesaria la luna. Es una verdad muy simple y muy clara, un poco tonta, pero difícil de descubrir y pesada de llevar.

Helicón: ¿Y cuál es esa verdad, Cayo?

Calígula: Los hombres mueren y no son felices".

06 febrero 2007

Centrifugando ideas

¿Se puede nadar sin agua?... Ésta no dejaría de ser una curiosa pregunta si no fuera porque, en el fondo, su misterio no ambiciona ser descubierto por una única respuesta... En realidad, me basta con que, por un pequeño instante, queráis sumergiros en dicha cuestión para demostraros que tan sólo guarda en su interior la llave de un sencillo juego de simples palabras...

Pero, volvamos de nuevo a la pregunta… ¿se puede nadar sin agua?... Sin más, habrá quien se habrá abalanzado a contestar: “¿nadar sin agua?, ¡eso es absurdo, imposible!... Aunque, también habrá por ahí alguna mentalidad inquieta que, por unos segundos, se haya parado a pensar: “!pues claro que sí!, teniendo en cuenta que el agua es tan sólo un líquido más entre otros muchos... ¡podríamos nadar incluso en cava si alguien nos brindara la oportunidad de poder hacerlo!”... ¿Quién lo diría?, a veces, por más obvia que pueda parecer una respuesta, es tan sólo cuestión de "actitud" no desorientarse ante tanta evidencia, ni tampoco permanecer a la deriva perdido en el espejismo de su superficie. Definitivamente, la actitud lo es todo, y… ¡todo en la vida es una cuestión de actitud!.

Así es, hay quienes aprenden a nadar incluso antes que a andar, hay a quienes les cuesta horrores acabar de soltarse del todo de esa pequeña tabla que les ayuda a permanecer a flote, y hay quienes no aprenden a nadar nunca porque les da auténtico terror el tener que hacerlo... Mirándolo desde otra perspectiva, todas ellas, son también diferentes opciones de seguir el curso del río de la vida; de “nadar” por ella, en ocasiones con el agua hasta el cuello, pero a la vez ¡sin nada de agua alrededor!… Nuestra actitud, el disponer de los cinco sentidos totalmente activos a nuestro servicio, es lo que nos impedirá hundirnos en cada nuevo intento.

Ya nunca entenderé ese empeño equivocado que nos hace sentir prisioneros de nuestros propios recuerdos, ese pretender entender y tratar de explicarlo todo a base de repetir, de repetirse, continuamente las mismas ideas o conceptos… Las personas deberíamos disfrutar de la vida de la misma manera en la que disfrutamos contemplando la cascada de un río: dejándola correr, observando esos pequeños remolinos que momentáneamente parecen hacernos perder el control hasta que de nuevo vuelve a recuperarse la calma… Tan ingenuo puede llegar a ser aquel que pretende aprender a nadar limitándose a leer la “teoría” en un libro, como aquel que pretende aprender a vivir estudiando lo que otros, anteriormente, ya han escrito de la vida… Antes o después, nos guste o no, nos veremos obligados a desprendernos de ese osito de peluche que nos acompaña en los momentos de debilidad para acabar tirándonos de cabeza a la piscina. Después de todo, se aprende a nadar nadando y se aprende a vivir viviendo.

01 febrero 2007

El Tour de las tortugas


Dados los tiempos que corren, en muchas ocasiones, ser lento es sinónimo de ser torpe, ineficaz, negado, incompetente o inútil. Parece ser que venimos a este mundo para vivir sumergidos de pleno en la era de la inmediatez, donde la prontitud, la rapidez, la agilidad, la soltura, destacan como pilares clave de nuestra época. Basta con observar el devenir del día a día de nuestras ciudades, para poder contemplar el inmenso torbellino de personajes desconocidos corriendo desesperadamente de un lugar hacia otro, sin prisa pero sin pausa. Todo tiene que estar listo siempre en un momento, verse envuelto por una asfixiante atmósfera de urgencia… ¡para algo vivimos en la sociedad del vértigo!.

La distribución que hacemos del tiempo nos delata. Si somos tortugas, nos sentimos obligadas a subirnos a una bicicleta a pedalear sin descanso con tal de acelerar nuestro ritmo vital, cualquier cosa vale con tal de alcanzar el pleno rendimiento. Lástima que ese sobre-esfuerzo constante y esa hiperactividad desmedida, roben descaradamente nuestro espacio para la reflexión, nuestra pequeña parcela para encontrarnos con nosotros mismos. Hoy día, no disfrutamos con lo que hacemos porque nos privan del placer de saborear la tarea que tenemos entre manos, obligándonos a pensar en lo siguiente que aún queda pendiente por hacer. Ese sentimiento de impotencia que nos crea el pensar que te llevan, no que vas, es el que también nos hace ser conscientes, cada vez con más frecuencia, de que apenas unos minutos diarios de calma pueden llegar a ser incluso más valiosos que el mismísimo oro.

Iremos quemando etapas, en donde todo se sucede cada vez a un ritmo más meteórico; pero, pedaleando con calma, seremos capaces de aprender a distinguir entre lo superfluo y lo fundamental... Después de todo, ¿a quién no le apetece un paseo tranquilo de vez en cuando?.

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