Ma vie in rose

Dicen que la vida es según el color del cristal a través del cual se mira. Hoy sólo puedo decir que estar unos días de vacaciones en el sur de Francia es lo más parecido a ponerse unas gafas de color rosa para olvidarse después de que se llevan puestas. Estos días, he podido descubrir por mi misma que los patos son los verdaderos amos de la Gasconha y el Lengadòc, que los antiguos habitantes de los castillos cátaros no sufrían de vértigo, que el queso ha de tomarse siempre con vino para realzar su sabor, que el camembert que aquí nos venden no sabe realmente a camembert, que a las diez de la mañana, entre montañas, la luna puede llegar a verse a escondidas con el sol; pero lo más importante, he recordado que más allá del ver está el mirar, y que desconectar del mundo todavía no es algo imposible.

Lo malo es que las vacaciones, como casi todo en la vida, también tienen fecha de caducidad. Llega el día en el que uno, consciente o inconscientemente, se quita las gafas para limpiarlas; y entonces, se da cuenta de que por más que las limpie ya sólo es capaz de ver la realidad. Y, nos guste o no, esta otra realidad siempre lleva incluido el viaje de regreso. Menos mal, que yo tengo la inmensa suerte de poder disfrutar de mi día a día tanto como de mis vacaciones, porque si no, ahora mismo lo vería todo de color negro azabache. Hoy por hoy, mi vida es rosa, !aquí, y... en la France!.

En algo estamos de acuerdo Edith y yo: Quand il me prend dans ses bras, Il me parle tout bas, je vois la vie en rose. Il me dit des mots d´amour, des mots de tous les jours, et ca me fait quelque chose... Cuando acabe de aprender francés, ya os la traduciré, de momento, !Seguiré canturreando!.